Renovarse o morir

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La derrota del Barça de ayer en un majestuoso San Mamés, que mantuvo su condición de campo invicto, sacó a la luz una verdad ocultada por el resultadismo. Los números que han venido ocultando las visibles carencias de este equipo las últimas temporadas (concretamente desde la última de Pep Guardiola) no pueden seguir enmascarando una realidad incontestable: este Barça no es el grupo que asombró a todo el mundo hace un lustro. El error arbitral tras la no expulsión por derribo a Neymar cuando encaraba a Iraizoz no puede servir de excusa ni de argumento para justificar ni la derrota ni el mal momento del equipo.

Sigue siendo líder, aunque ahora comparta primera posición con el Atlético y vea más de cerca que nunca al Madrid por el retrovisor, y en Europa ha hecho los deberes y le bastará con vencer al Celtic en casa para certificar su pase como cabeza de grupo. En Barcelona no preocupan tanto los resultados (una derrota y un empate en quince partidos son unos registros para quitarse el sombrero) sino que lo hacen las sensaciones que transmite el equipo.

Ganar partidos de la ex liga de las estrellas se ha convertido en una aburrida rutina que cada vez más carece de interés y de emoción. Las diferencias económicas y futbolísticas entre los dos -tres- grandes y el resto son cada vez más amplias. Esta temporada, además, se han acentuado con la marcha de muchos de los mejores jugadores de los clubes de media tabla -véase Navas, Negredo, Soldado, Isco, Toulalan, Joaquín, Verdú, Llorente, Falcao o Aspas, que siguieron el camino que poco antes ya tomaron los Mata, Silva, Michu, Torres o Cazorla años antes. Como resultado de esta sangría, sale una liga cada vez más debilitada en la que los grandes se sienten cada vez más cómodos.

Pero esa falta de oposición real al final resulta contraproducente para equipos como el Barça que, sin apenas rival que le pueda toser en la liga, acaba pagando la falta de competitividad en Europa, donde el año pasado las pasó canutas ante Milán, PSG y Bayern. La derrota global por 7-0 no fue algo casual, sino un serio aviso que, pese a todo, no sirvió para que los dirigentes reaccionaran. Tras esa eliminatoria se pidieron muchas cabezas, pero en verano lo único que ocurrió fue la llegada de Neymar y la marcha de Villa y Thiago, dos jugadores a los que se puede echar de menos esta campaña.

En San Mamés se vieron dos equipos radicalmente opuestos en cuanto a actitud, juego y ganas. El Athletic supo aprovechar su condición de local yendo a por todas, dominando a su rival desde la presión y la intensidad que ya tuvo con Bielsa y que ha sabido recuperar Valverde. El Barça de ayer fue una difusa sobra de lo fue años atrás. Desdibujado sobre el campo, le faltó todo lo que le hizo grande. Sin presión, acierto en los pases, rapidez en la circulación, ni hambre para querer revertir la situación vivida en Amsterdam, es imposible ganar en campos que te exigen dar un plus como este.

Ayer en el césped se echó de menos algún jugador con carácter, de esos que en los momentos en los que la técnica o la calidad individual dan para ganar los partidos, sobresale por encima del resto y levanta los ánimos de un equipo anestesiado que no supo reaccionar. Al Barça de ayer les faltó alguien del perfil de Stoichkov, Guardiola, Deco, Eto’o o el descartado Puyol. Le faltó garra, rabia y mala leche. Partidos como los de ayer, más sin un Messi que te pueda resolver el encuentro en cualquier momento, los ganan quien corre más y le mete más intensidad a su juego. Y ayer la puso el Athletic, que sin más argumentos futbolísticos que el Barça, creyó e insistió, y su fe se tradujo en premio. El Barça no creyó, y su juego se vio resentido.

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Que Pinto fuese de lo poco salvable de ayer, dice mucho del equipo del retórico Tata Martino. La defensa, caricaturizada por ella misma, llena de dudas e imprecisiones incomprensibles, transmitió una inseguridad que se contagió al resto. El rendimiento que ofrecieron los Montoya, Mascherano o Adriano dista mucho de lo esperado de un jugador del Barcelona. Sin Alba, Alves ni Puyol, fue incomprensible como el Tata no pudo alinear a un Bartra que ya ha demostrado su solvencia y estar en un momento de forma varios escalones por encima del resto. Los galones pesaron demasiado para Martino, que decidió alinear a un Piqué más herrático de lo habitual y a un Mascherano, muy precipitado, que volvió a salir señalado y para el que la autocrítica en los micrófonos no debería volver a ser suficiente.

Tras la derrota en Holanda, se abrió el debate sobre si el equipo no quiso, por falta de hambre o, aún más preocupante, si los hombres del Tata no pudieron, por falta de habilidad. Lo primero tiene remedio, lo segundo, peor solución, pues requiere de reformas más profundas. Busquets, de lo poco salvable, destacó cerca de un Xavi que empezó jugando a su antojo y terminó agotado física y mentalmente. El de Terrassa está lejos de un gran nivel que difícilmente pueda volver a alcanzar, dada su edad y falta de frescura. El cuerpo no da para más, y hay que empezar a buscar un recambio. Sin Thiago, y con un Sergi Roberto que sigue aguardando su oportunidad, habrá que empezar a pensar en el futuro de una posición tan fundamental como esta. Pero si Xavi no estuvo bien, tampoco lo estuvo Iniesta, que inició el duelo bien, encarando a los rivales con relativo acierto, pero acabó perdiendo balones en algunas conducciones. También fue sustituido, aunque demasiado tarde, por Pedro.

De Alexis y Cesc poco se supo, más allá de su ya habitual falta de regularidad y elevada previsibilidad. Se agrandan en determinados partidos, pero en otros, como ayer, brillan por su ausencia. De Neymar se supo más. Concretamente, que eligió el calzado inadecuado para la ocasión. Sus continuos resbalones penalizaron un futbolista al que no le falta actitud, pero que ante el Athletic no tuvo acierto en algunas jugadas en las que terminó por el suelo cuando pudo hacer más. El brasileño terminó perdido, más pendiente de no caerse que de encarar a los rivales. Sin Messi, se siente sólo arriba, y cada vez más, se hace evidente que ha perdido frescura respecto al inicio de temporada.

Aunque no lo quiera expresar en público el Tata Martino, el problema de este Barça es cada vez más de fútbol que de actitud. Un querer -por momentos, ni eso- y no poder que se va magnificando semana tras semana, y que fue palpable en Amsterdam y en Bilbao. En estos dos últimos partidos, la falta de reacción castigó a un equipo que no supo poner pausa a la exigencia en el juego que impuso el combinado de Valverde. La falta de alternativas al juego empieza a ser preocupante. Los tímidos cambios llegaron tarde y no tuvieron efecto alguno. Piqué tardó demasiado en colocarse de 9 en un partido que lo pedía a gritos ante la falta de un referente que bajara los precipitados balonazos sin criterio.

Sin la Pulga, el Barça está encontrando cada vez menos soluciones en todos los partidos, sean ante rivales complicados o presumiblemente más sencillos. No sólo está empeorando un juego que va en declive, sino que además parece que esté perdiendo su capacidad para reinventarse, para encontrar soluciones con las que volver a sorprender al rival. Las ausencias de los salvadores Messi y Valdés desnudaron, una vez más, a un conjunto vulnerable que deberá recuperar la competitividad cuanto antes y prestar atención a una serie de aspectos que, ahora sí, obligarán a un cambio de ciclo en Can Barça. La parte positiva, que no hay que derrumbar todo el castillo, sino renovarse a partir de lo que ya se tiene, pues el Barça cuenta con un plantel de lujo que han demostrado que saben jugar de maravilla. Hay que creerse una idea, como sucedió en la época de Guardiola, y ser justos con los estados de forma, sentar a quien haga falta y poner a quien está mejor.

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